Microcosmos y macrocosmos
(un diálogo entre la materia y el sujeto del conocimiento):
El defectuoso
parecer concerniente a la contradicción entre
materialismo e idealismo podría quedar
dilucidado mediante un diálogo entre la materia y el sujeto, un
drama que también podría titularse "macrocosmos y microcosmos":
El Sujeto: Yo soy, y fuera de mí no hay nada, puesto que el mundo es una representación
mía.
La Materia: ¡Qué delirio tan osado! Yo, yo soy, y nada hay fuera de mí. Pues el
mundo es mi forma transitoria. Tú eres un mero resultado de una parte de esa forma y,
por ello, eres algo casual y fortuito.
El Sujeto: ¡Cuán disparatada arrogancia!. Ni tú ni el mundo existiríais sin mí y
a mí estáis condicionados. Quien haga abstracción de mí y crea poder seguir pensando
vuestra existencia, da en concebir un tosco engaño; su existencia al margen de mi representación
supone una inmediata contradicción, un hierro de madera. Ambas cosas están representadas
por mí, mi representación es el ámbito de su existencia, y por ende, yo soy su primera
condición.
La Materia: Afortunadamente la osadía de tus asertos será puesta muy pronto en sus
sitio y no merced a meras palabras; algunos instantes más y dejarás de ser nada en realidad,
te hundirás en la nada junto con tu grandilocuencia, después de haberte columpiado transitoriamente
cual una sombra espectral y correr la suerte de cada una de mis efímeras formas. Pero
yo, en cambio, permanezco incólume y sin merma siglo tras siglo, a través del tiempo
infinito, y presencio impávida el juego de las transformaciones de mis formas.
El Sujeto: Ese tiempo infinito, que te vanaglorias de atravesar, así como el espacio
igualmente infinito, sólo existen en mi representación, habida cuenta de que son meras
formas de mi representación, esa representación que albergo dentro de mí y en la que
tú te presentas, dando cabida a todo cuanto eres. El aniquilamiento con que me amenazas,
no me atañe, pues de lo contrario tú te verías aniquilada junto conmigo; ese aniquilamiento
le concierne sólo al individuo que es mi portador por algún tiempo y que, como todo lo
demás, es representado por mí.
La Materia: Aun cuando te conceda esto y lo admita, tu existencia, a la cual ese
transitorio individuo está indisolublemente ligado, lejos de ser algo que se sostiene
por sí mismo, sigue dependiendo pese a todo de la mía propia. Pues tú sólo eres sujeto
en tanto que tengas un objeto, y ese objeto soy yo; yo soy el núcleo y su contenido,
lo que permanece, aquello que lo coaliga y sin lo cual revolotea tan incoherente como
sustancialmente, al igual que los sueños y las fantasías de tus individuos, quienes gracias
sólo a mí ponen a buen recaudo su apariencia.
El Sujeto: Haces bien en no querer impugnarme a través de mi existencia por el hecho
de manifestarse ésta en los individuos, pues tan inseparablemente encadenado a ella como
yo lo estoy, lo estás tú a tu hermana, la forma, sin la cual no te manifiestas nunca.
A ti, al igual que a mí, ningún ojo te ha visto desnuda y a solas, ya que ambos somos
meras abstracciones, y por lo tanto, entes de razón. Un ser es, al fin y a la postre,
algo que se intuye a sí mismo y es intuido de suyo, aun cuando su ser en sí mismo no
pueda consistir en esa intuición ni en el proceso de verse intuido, papeles que nos repartimos
entre ambos.
Ambos: Así pues, estamos inseparablemente unidos como partes necesarias de un todo,
el cual nos comprende a ambos y se halla por encima de los dos como un género superior.
Sólo un malentendido puede enfrentarnos para que cada uno combata la existencia del otro,
siendo así que la suya propia se mantiene o quiebra con ella.
Este otro género superior es el mundo como representación o la manifestación, con cuya
desaparición sólo queda todavía la voluntad, en cuanto algo metafísicamente puro, como
cosa en sí. Pero aquel que no reconoce como tal a la voluntad, puede colocar en su lugar
una x, al que también puede dar en llamar y o z, como le venga en gana.
-Arthur Schopenhauer
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