'Mucho es lo que habremos ganado para la ciencia estética cuando hayamos llegado no
sólo a la intelección lógica, sino a la seguridad inmediata de la intuición de que el desarrollo del arte está ligado a la duplicidad de lo apolíneo y de lo dionisíaco: de modo similar a como la generación depende de la dualidad de los sexos, entre los cuales la lucha es constante y la reconciliación se efectúa sólo periódicamente. Esos nombres se los tomamos en préstamo a los griegos, los cuales hacen perceptibles al hombre inteligente las profundas doctrinas secretas de su visión del arte, no, ciertamente, con conceptos, sino con las figuras incisivamente claras del mundo de sus dioses. Con sus dos divinidades artísticas, Apolo y Dioniso, se enlaza nuestro conocimiento de que en el mundo griego subsiste una antítesis enorme, en cuanto a origen y metas, entre el arte del escultor, arte apolíneo, y el arte no-escultórico de la música, que es el arte de Dionisio: esos dos instintos tan diferentes marchan uno al lado del otro, casi siempre en abierta discordia entre sí y excitándose mutuamente a dar a luz frutos nuevos y cada vez más vigorosos, para perpetuar en ellos la lucha de aquella antítesis, sobre la cual sólo en apariencia tiende un puente la común palabra "arte": hasta que, finalmente, por un milagroso acto metafísico de la "voluntad" helénica, se muestran apareados entre sí, y en ese apareamiento acaban engendrando la obra de arte a la vez dionisíaca y apolínea de la tragedia ática.'
-Friederich Nietzsche en El Nacimiento de la tragedia; traducción de Andrés Sánchez Pascual, Alianza Editorial
Apolo es racionalidad, mesura y dominio sobre la
razón. El culto a las imágenes en la
cultura apolínea, ya se expresase ésta en
el templo, o en la estatua, o en la epopeya homérica,
tenía su meta sublime en la exigencia ética de la
mesura, exigencia que corre paralela a la exigencia
estética de la belleza. La mesura instituida como
exigencia no resulta posible más que allí donde se
considera que la mesura, el límite, es
conocible.
Por otro lado, encontramos "lo dionisíaco",
cimentado sobre la figura del dios Dioniso, dios del vino y los
ritos religiosos mistéricos. Con la
leyenda de su nacimiento se puede ver
cómo Dioniso representa el renacimiento, la vuelta a la
vida, y el amor hacia ella, fundamento de las religiones mistéricas. Como señala Nietzsche, en ese estado orgiástico –dionisíaco- lo subjetivo se
desintegra en el olvido de uno mismo. Cada ser forma ahora parte
de la naturaleza, vuelve a sus orígenes y, con ella,
disfruta de todos los dones que la razón le había
arrebatado. Durante esta especie de trance, los cuerpos, que
funcionan ahora sólo como instrumentos de los deseos
más primitivos, manifiestan su estado de frenesí mediante cantos y bailes de gran furia, furor y alegría: el éxtasis.
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