No hay internet sino... los internets
¿"Aldea global"? ¿Cuál?
-Frédéric Martel (*)
La revolución virtual que estamos viviendo no se traduce en una globalización total y absoluta. No hay un Internet global. Y no lo habrá nunca. Por sorprendente que pueda parecer, Internet no suprime los límites geográficos tradicionales ni disuelve las identidades culturales, ni allana las diferencias lingüísticas sino que las consagra. Cuarenta por ciento de la población mundial tiene acceso a Internet. Pero la mayoría no se conecta desde una computadora fija, sino desde un teléfono 'inteligente' (iPhone, smartphone) o tableta(iPad). Aunque en cada país las prácticas digitales son diferentes, ya que no se consultan las mismas páginas y no se utilizan las mismas aplicaciones. Con EL Internet (así, con mayúscula) se anunció el fin de las distancias, el fin de las lenguas y hasta el fin de la geografía. Tal visión esquemática del mundo resulta demasiado simplista. Pues la revolución digital se manifiesta como una gran fragmentación: Internet es un vasto territorio, sí, pero como un mapamundi. Y en el espacio digital coexisten localismos delimitados por fronteras, en donde en vez de un mundo completamente conectado en constante conversación global, más bien hay miles, millones de pequeñas tribus digitales hablando de intereses enraizados a lo más próximo: su lengua, su religión, su familia, su vida social, su actividad política… Son fronteras, no aduanas, salvo en el caso de China (1), Corea del Norte y Cuba (2). Así, es preciso hablar en plural y sin mayúsculas: no del internet sino de los internets.
-(*) Frédéric Martel (Chateaurenard, Francia, 1967) en Smart (Taurus, 2014).
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(1) En China las empresas estadounidenses han fracasado porque
ahí han creado las suyas… a su manera. Es decir, las han clonado. Los
chinos querían tener acceso a las mismas páginas y servicios que los
estadounidenses, pero sin depender de ellos. Les bastó
duplicarlas. ¿"Aldea global"? ¿Cuál?
-Frédéric Martel (*)
La revolución virtual que estamos viviendo no se traduce en una globalización total y absoluta. No hay un Internet global. Y no lo habrá nunca. Por sorprendente que pueda parecer, Internet no suprime los límites geográficos tradicionales ni disuelve las identidades culturales, ni allana las diferencias lingüísticas sino que las consagra. Cuarenta por ciento de la población mundial tiene acceso a Internet. Pero la mayoría no se conecta desde una computadora fija, sino desde un teléfono 'inteligente' (iPhone, smartphone) o tableta(iPad). Aunque en cada país las prácticas digitales son diferentes, ya que no se consultan las mismas páginas y no se utilizan las mismas aplicaciones. Con EL Internet (así, con mayúscula) se anunció el fin de las distancias, el fin de las lenguas y hasta el fin de la geografía. Tal visión esquemática del mundo resulta demasiado simplista. Pues la revolución digital se manifiesta como una gran fragmentación: Internet es un vasto territorio, sí, pero como un mapamundi. Y en el espacio digital coexisten localismos delimitados por fronteras, en donde en vez de un mundo completamente conectado en constante conversación global, más bien hay miles, millones de pequeñas tribus digitales hablando de intereses enraizados a lo más próximo: su lengua, su religión, su familia, su vida social, su actividad política… Son fronteras, no aduanas, salvo en el caso de China (1), Corea del Norte y Cuba (2). Así, es preciso hablar en plural y sin mayúsculas: no del internet sino de los internets.
-(*) Frédéric Martel (Chateaurenard, Francia, 1967) en Smart (Taurus, 2014).
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(2) Los cubanos sueñan con la web: quieren acceder a Internet para escapar de su aislamiento.
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