domingo, 15 de julio de 2012

Ni el pintor ni su obra se llamaban así/ O el jardín de las delicias especulativas

El nombre del pintor holandés Jeroen Anthonissoen van Aken (145o-1516) no activaría nuestra memoria a menos de que se le nombrase por su firma: el Bosco.
Pues el artista latinizó su apelativo que quedó en Hieronymus.
Y no firmó con su apellido sino con la palabra final del lugar de nacimiento: 's Hertogenbosch ('s, 'por'; hertog, 'duque'; en y Bosch, 'bosque': por o en o del bosque del duque o ducal).
Así, Hieronymus Bosch pasó al español como El Bosco
(aunque en rigor debió llamarse: el bosque...
de símbolos).



Casi nada se sabe
de su biografía salvo que
procedía de una familia de
pintores y que se casó con
una mujer noble de gran fortuna
que le permitió dedicarse
de tiempo completo a su obra.
Es notable sin embargo, el dato
de que perteneció a la orden
secreta o esotérica
denominada la
Hermandad de Nuestra Dama.
Entre 1500 y 1504, el Bosco pintó la que sería su obra maestra: el tríptico conocido como El Jardín de las Delicias. Arriba, la pieza cerrada cuya portada muestra el mundo flotando en agua dentro de una esfera transparente.
El título del tríptico que originalmente el pintor dedicó a Enrique de Nassau, en Bruselas, y que luego adquirió el rey español Felipe II, no es el verdadero. En realidad, se desconoce el título del tríptico. Al monarca hispano que recibió y colocó la pieza en su dormitorio, le contaron que se titulaba: Una pintura sobre la variedad del mundo. Más tarde, un tal José de Sigüenza, monje confesor del Escorial, palacio a donde se había retirado el rey, rebautizó la obra como El Cuadro de las Fresas. Vino después, Vicente Poleró y Toledo, restaurador del Escorial y del Museo del Prado, que catalogó el tríptico bajo el título: De los deleites carnales; que luego se convirtió en Jardín de los Deleites carnales y delicias Terrenales;
y finalmente, como El Jardín de las Delicias.



Y del tergiversado título se derivaron las interpretaciones sesgadas por la visión católica cristiana, de modo que las tres partes de la obra significan: primero, Dios que presenta a Eva con Adán; segundo, en el centro, el jardín con las supuestas delicias carnales o terrenales; y tercero, el apocalipsis, infierno o destrucción de los pecadores que abusaron de los deleites. ¿De veras es la única interpretación posible? Por la atmósfera tumultuosa, festiva, quizá el gran tríptico se encuentre en clave de humor. ¿Y si fuese una gran caricatura? Tal vez represente las posibilidades del cuerpo libre en contacto natural, desnudo, con sus semejantes y con la Naturaleza. Una orgía psicotrópica, ¡un reventón! de los sentidos fundidos, re-ligados, re-conectados con el Universo. La parte que se denomina infierno quizá represente, sin moralizar, en meros términos de salud y convivencia, las consecuencias de la desconexión con lo natural, el alejamiento de la Naturaleza, los desvaríos de la psique y el cuerpo que han perdido de vista su origen vital. La invitación por tanto, es que se atienda al Bosco con una atención no sesgada por prejuicios religiosos moralizantes, pues el gran tríptico que-quién-sabe-cuál-sea-su-nombre merece una y otra vez, una relectura a detalle, con lupa, fragmento a fragmento, escena por escena... para gozarlo, ya que se trata de un verdadero jardín de las delicias para los amantes del matiz, de la clave oculta, del jardinero que detecta hongos, del entomólogo que atisba el nuevo insecto, el arqueólogo que vislumbra una miniatura o el amante que descubre la frutita roja del clítoris. Es para saltar de gusto sobre la hierba húmeda, caray.

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